• Join - It's Free

Leopoldo Torre Nilsson

public profile

Is your surname Torre Nilsson?

Research the Torre Nilsson family

Leopoldo Torre Nilsson's Geni Profile

Share your family tree and photos with the people you know and love

  • Build your family tree online
  • Share photos and videos
  • Smart Matching™ technology
  • Free!

Leopoldo Torre Nilsson (1924 - 1978)

Birthdate:
Birthplace: Buenos Aires, Argentina
Death: September 08, 1978 (54)
Buenos Aires, Argentina
Immediate Family:

Son of Leopoldo "Polo" Torres Rios and Clara "May" Nilsson
Husband of Private and Beatriz Guido
Father of Private and Private

Managed by: Carlos F. Bunge
Last Updated:
view all

Immediate Family

About Leopoldo Torre Nilsson

From Wikipedia, the free encyclopedia Leopoldo Torre Nilsson

Born Leopoldo Torres Nilsson 5 May 1924 Buenos Aires, Argentina Died 8 September 1978 (aged 54) Buenos Aires, Argentina Other names Leo Towers Occupation Film director

Leopoldo Torre Nilsson (5 May 1924 – 8 September 1978), also known as Leo Towers and as Babsy, was an Argentine film director, producer and screenwriter.

Born as Leopoldo Torres Nilsson (he later changed his paternal surname from Torres to Torre) was the son of Argentine pioneer film director Leopoldo Torres Ríos, with whom he collaborated between 1939 and 1949. He debuted in 1947 with the short El muro. His mother was an Argentinian citizen of Swedish descent. His uncle was cinematographer Carlos Torres Ríos (1898–1956).

Torre Nilsson's first full-length film, El crimen de Oribe (1950), was an adaptation of Adolfo Bioy Casares's novel El perjurio de la nieve. In 1954 he directed Días de odio, based on Jorge Luis Borges's short story Emma Zunz. He also directed films about icons of Argentine history and culture: Martín Fierro (1968), about the main character of Argentina's national poem; El Santo de la Espada (1970), about General José de San Martín; and Güemes: la tierra en armas (1971), about Martín Miguel de Güemes. It was entered into the 7th Moscow International Film Festival.[1] His 1973 film Los siete locos won the Silver Bear at the 23rd Berlin International Film Festival.[2]

Torre Nilsson was married to writer Beatriz Guido, whose work served as inspiration and who worked alongside him in many of his scripts. He is acknowledged as the first Argentine film director to be critically acclaimed outside the country, making Argentina's film production known in important international festivals. He died of cancer in his native Buenos Aires in 1978, at the age of 54. He was buried at the Cementerio Británico in Buenos Aires.

A novelized biography of Torre Nilsson, El Gran Babsy (ISBN 950-07-0895-7), by Mónica Martín, was published in 1993. Another biography, Leopoldo Torre Nilsson: Imagen y Poesía (ISBN 987-04-0581-9) was published in 2006 by the newspaper La Nación and the Aguilar editorial house. Selected filmography

   El Hijo del crack (1953)
   The House of the Angel (1957)
   La caída (1959)
   Un Guapo del '900 (1960)
   The Party Is Over (1960)
   Summer Skin (1961)
   The Hand in the Trap (1961)
   The Female: Seventy Times Seven (1962)
   The Terrace (1963)
   Monday's Child (1967)
   Martín Fierro (1968)
   El Santo de la Espada (1970)
   Güemes: la tierra en armas (1971)
   The Seven Madmen (1973)

References

   "7th Moscow International Film Festival (1971)". MIFF. Retrieved 2012-12-22.
   "Berlinale 1973: Prize Winners". berlinale.de. Retrieved 2010-06-29.

External links

   Official website
   Leopoldo Torre Nilsson at Cinenacional.com
   Leopoldo Torre Nilsson at the Internet Movie Database
   Leopoldo Torre Nilsson at Pantalla.info.

"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""

lanacion.com | Espectáculos Martes 08 de septiembre de 1998 | Publicado en edición impresa

El legado de Torre Nilsson

Facebook-Twitter0

El director, en el recuerdo. Foto: Archivo

Hoy, cuando se cumplen 20 años de su temprana muerte, la figura y la obra de Leopoldo Torre Nilsson siguen provocando casi tanta polémica como admiración.

Es que, para sus detractores, este cineasta que filmó 30 largometrajes en apenas un cuarto de siglo (murió a los 54 años) no es el mismo Torre Nilsson que muchos ubican en el altar del cine argentino.

Pero, más allá de los debates que aún hoy sigue generando su filmografía -especialmente entre la nueva y la vieja cinefilia-, la reciente encuesta realizada por el semanario Trespuntos entre 100 artistas, técnicos y críticos nacionales deja en claro la vigencia e importancia de varias de sus obras: Torre Nilsson figuró sólo detrás de Leonardo Favio y Lucas Demare entre los directores más votados.

A la hora de revisitar su cine cabe preguntarse cuál es el verdadero Torre Nilsson: el que adaptó a Borges y a Bioy Casares y el que logró junto con Beatriz Guido -su compañera durante 27 años- joyas como "La casa del ángel", "El secuestrador" o "La mano en la trampa", o el que rodó acartonadas películas históricas ("Martín Fierro", "Güemes, la tierra en armas", o la fallida "El santo de la espada"), donde perdió el favor de la crítica, pero se ganó el apoyo popular.

Torre Nilsson, el único director argentino que figura en cuanta enciclopedia se haya editado en el exterior, un invitado permanente a los principales festivales internacionales, un cineasta cuya obra incluso ha llegado a ser vinculada con la de sus admirados Robert Bresson, Luis Buñuel, Ingmar Bergman y Orson Welles, es el mismo que sobre el final de su carrera intentó sin éxito retomar la línea de las adaptaciones literarias.

Lo que sí quedará para siempre son las búsquedas expresivas de sus primeras películas, la profundidad psicológica de sus personajes, las grandes interpretaciones que muchas veces consiguió de sus actores, el indudable padrinazgo que ejerció sobre la "Generación del 60" de David José Kohon, Rodolfo Kuhn, Manuel Antín, José Martínez Suárez, Simón Feldman, Eduardo Calcagno y también sobre el cine de Leonardo Favio, quien lo consideró su gran maestro.

El verdadero Torre Nilsson es el hombre que mantuvo una desigual y encomiable batalla contra la censura en todas sus expresiones, pero también aquel que hacía ampulosas declaraciones públicas en las que se vanagloriaba de su condición de mujeriego, timbero y que terminó sus días sumergido por el cáncer y las deudas financieras.

Seguramente tanto el Torre Nilsson que cuestionó como pocos la decadencia de las clases privilegiadas y las represiones y frustraciones de la sociedad en general, como el que abandonó sobre el final de su carrera todo viso de riesgo y experimentación en sus películas, sea producto, precisamente, de sus propias contradicciones, de sus miedos y fantasmas personales.

Quizá sea su propia visión del cine la que mejor alcance a definir una obra y una personalidad tan apasionantes como complejas: "No quiero -dijo- formar parte de un cine-píldora digestiva. No quiero hacer una película para que un indonesio digiera su comida y otra para que rían los que habitan la zona norte de Avellaneda. Ni transpirar por un film que congregará vastos auditorios de Cuba porque la protagonista tiene un hermano que es propietario de la zapatería más importante de La Habana. Quiero hacer un cine que tenga patria, sí, eso. Un cine que ande parásito entre las afligentes tinieblas de un mundo en descomposición. Intuyendo, ganando pequeñas y tremendas batallas para el espíritu, gritándonos que el hombre todavía no ha sido derrotado por el hombre. Ajeno a superficiales modismos de presuntas minorías. Vital y sangrante. Vivo y necesario. Ni cine-teatro, ni cine-pintura, ni de vanguardia, ni de masas. Un cine cálido y auténtico, producto de mi soledad, mi oficio y mi tristeza." Cuatro generaciones

Discípulo de su padre -el gran Leopoldo Torres Ríos-, el realizador de "Un guapo del 900" y "Boquitas pintadas" logró que en sus hijos Javier y Pablo perdurara su pasión por el cine. Y parece que el legado fue tan fuerte que hoy son también sus nietos los que, formados en la Escuela del Instituto de Cine, hacen sus primeras armas en el cortometraje y la escritura de guiones.

Este cineasta de sangre admitió que se enamoró de la cámara el día en que su padre lo llevó a un rodaje y lo dejó mirar por primera vez el visor. "Dentro de unos años vas a ser el mejor director", dice que Torres Ríos le decía cuando era apenas un niño que en realidad soñaba con ser un habilidoso wing izquierdo. Y también aprendió de él a soportar las vicisitudes de la realización cinematográfica.

"No tenía 30 años -recordó- cuando me contrató Argentina Sono Film. Me preguntaron qué era lo que quería hacer en cine, qué proyectos tenía, y saqué de mi bolsillo un rollo de adaptaciones que había hecho hasta ese momento. Recuerdo que el representante de la empresa miraba con incredulidad y suficiencia cómo yo le mostraba entusiasmado una versión modernizada del "Martín Fierro"; otra del "Hombre del Jueves", de Chesterton; y otra de "El proceso", de Kafka. Entonces, me dijo: "Bueno, ahora que sé cuáles son sus ideas le voy a confiar la dirección de "Para vestir santos", con Tita Merello. Era un melodrama de época denso, lagrimeante, lo más ajeno posible a mis intenciones. Sin embargo, lo filmé. Ya me enfrentaba por primera vez a la realidad y no tenía otra alternativa que asumirla." Un artista cansado

Torre Nilsson tuvo un triste final que, lamentablemente, se asemeja al de otras glorias del arte, la política y el deporte nacionales. Murió amargado y enfermo, asistiendo en sus últimos meses a los estragos que no sólo en el cine provocaba la llegada de una nueva dictadura militar.

Por eso, en el texto "Estoy cansado", publicado en forma póstuma en el diario Convicción, escribió: "Yo ya no tengo ganas de pedir más. Tengo ganas de que ahora me vengan a pedir a mí. Estimo que mi posición en el cine mundial es importante. Podría trabajar fuera del país y no quiero hacerlo porque quiero trabajar en mi país. Y necesito libertad. Sin libertad no se puede hacer cine". Toda una declaración de principios. Un reencuentro con sus films

Hoy, a las 22.30, se realizará en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530) un homenaje a Torre Nilsson a propósito del vigésimo aniversario de su muerte. Tras el acto se proyectará "Boquitas pintadas" (1974), película basada en la novela de Manuel Puig que recibiera el premio especial del jurado en el Festival de San Sebastián. Encabezaron el reparto Alfredo Alcón, Martha González y Luisina Brando. Por su parte, el Museo del Cine continúa organizando un ciclo dedicado al realizador en su nueva sede de San Juan 350, que comenzó con la exhibición de "La casa del ángel". El miércoles 16, a las 18 y con entrada libre y gratuita, se proyectará "La caída" (1958), con Elsa Daniel, Lautaro Murúa, Duilio Marzio y Lidia Lamaison. El miércoles 30 se presentará "La mano en la trampa" (1959), con Elsa Daniel, Francisco Rabal, María Rosa Gallo y Leonardo Favio. La opinión de sus hijos

"Mi hermano y yo íbamos a un colegio religioso y optábamos por no decir que éramos hijos de Torre Nilsson, un hombre que era separado, que manifiesta públicamente su defensa del amor libre, de Cuba y de cosas que nos daban una vergüenza terrible." (Pablo Torre).

"Mi padre era magnífico, mundano y generoso. Conoció la gloria y también el fracaso. "En la mala hay que agrandarse", repetía. Luchó hasta el final y en los últimos instantes se mordía los labios de dolor y ganas de filmar." (Javier Torre).

"Hasta los 40 años no tenía la más remota idea de dirigir, pero algunas cosas me decidieron. La pregunta "¿Ah, vos sos el hijo de Torre Nilsson, y no hacés cine?", y darme cuenta de que el maravilloso mundo de mi viejo se lo habían quedado otros." (Pablo Torre). . Diego Batlle

"""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""""

lanacion.com | Suplemento Cultura Miércoles 13 de marzo de 2002 | Publicado en edición impresa

Los magos del gótico criollo

Por Ernesto Schoo | LA NACION Ver perfil Facebook-Twitter0

"Babsy" y Beatriz tenían el glamour de una pareja reinante en el cine argentino de autor. Foto: Archivo Más notas para entender este tema La cultura como esperanza T. E. M. en LA NACION

Se conocieron en casa de Ernesto Sabato, Cupido improbable, quien intuyó que algo saldría del encuentro entre el joven cineasta y la joven escritora. Lo que tal vez no imaginó fue la magnitud de las consecuencias. Era el 15 de abril de 1951 y ambos invitados llevaban a sus respectivos cónyuges: él, Leopoldo Torre Nilsson, nacido el 5 de mayo de 1924 en Buenos Aires, hijo de Leopoldo ("Polo") Torres Ríos (la grafía del primer apellido es un error del registro civil) y de May Nilsson. Casado con Pilar Barcos, que le daría dos hijos, Javier y Pablo.

Polo Torres Ríos -bohemio, artista, lector asiduo, dedicado a diversas labores en el ámbito de la naciente actividad cinematográfica argentina- era hijo de castellano y gallega, inmigrantes; su mujer -hermosa, refinada, elegante, culta- era hija de un sueco (fallecido prematuramente cuando May era muy chica) y una inglesa, y había nacido en Barracas en 1902, pero durante la Primera Guerra Mundial su padrastro, inglés, se llevó la familia a su tierra. May volvió cuando tenía veinte años, acaso por simple curiosidad, y en uno de los primeros paseos por su ciudad natal se cruzó con Torres Ríos. Leopoldo, apodado Babsy fue el primogénito de la pareja.

Ella, la otra invitada, era Beatriz Guido, nacida el 13 de diciembre de 1922 en Rosario de Santa Fe, hija mayor del arquitecto Angel Guido y de Berta Eirin, una actriz uruguaya de talento y belleza excepcionales, que al casarse abandonó las tablas pero en modo alguno el teatro. Berta trasladó la fantasía, la magia de la escena, a la vida cotidiana: tan pronto interpretaba a la joven esposa y madre, abnegada, solícita, devota, como se transformaba (para deleite y alarma de sus hijas -después de Beatriz llegaron Bertita y María Esther, apodada Beba) en bruja, hada o princesa lejana. Le gustaba sobre todo evocar aquella hora única de su infancia, cuando recitó ante Rubén Darío que visitaba Montevideo y el poeta la besó en la frente y le pronosticó un destino triunfal. Deslumbradas, las tres niñitas vivían en un mundo de fábula, donde nada era del todo lo que parecía ser, porque la realidad se transformaba sin cesar. Beatriz se casó el 23 de septiembre de 1950, en su ciudad natal, con un joven abogado porteño, Julio Gottheil, de una familia de banqueros. Giovanotto debe triunfar

El padre de Beatriz, Angel Guido, era uno de los tres apuestos hijos varones de un matrimonio de inmigrantes, italiano él, Agostino Guido, francesa ella, Madeleine Cussino, radicados en Rosario, donde Agostino vendía de puerta en puerta canastas de mimbre hechas por él, hasta que pudo instalar un negocio del ramo, que prosperó. Angel, ingeniero y arquitecto, sería el creador, junto con los escultores José Fioravanti y Alfredo Bigatti, del Monumento a la Bandera en Rosario, sobre las barrancas del Paraná. Cuando algún despistado le preguntaba a Beatriz si acaso era pariente del general Tomás Guido, guerrero de la Independencia, y de su hijo, el poeta Carlos Guido y Spano ("Llora, llora urutaú..."), ella daba una de sus características respuestas vagas que sugerían algo sin asertar nada: "Bueno, es un apellido italiano, y los italianos aquí, ya se sabe... ¿no?".

Porque el primer rasgo de Beatriz (Betty, para los íntimos) que convoca el recuerdo unánime de quienes la conocieron, es su formidable capacidad para mentir. O, en todo caso, para envolver de tal modo el asunto en divagaciones y circunstancias laterales, a menudo extravagantes, que la cuestión terminaba por diluirse en una penumbra ambigua, donde todo podía ser, o no. No hay que pasar por alto otro detalle: Angel Guido deseaba un hijo varón que triunfase estrepitosamente en la vida, que llevase su apellido a las cumbres de la fama mundial. A falta del hijo, volcó en Beatriz esa ambición desmesurada: la llamaba Giovanotto (jovencito), la llevaba consigo en sus viajes, le exigía un rendimiento excepcional en los estudios, estaba dispuesto a invertir lo que fuere, dinero, influencias, para alcanzar la meta soñada.

Aquel encuentro en casa de Sabato, entre Beatriz y Babsy, justamente puso en marcha la máquina fabuladora que a ella le serviría (a la par de su talento literario; o tal vez sean la misma cosa) de llave maestra para abrirle casi todas las puertas en la vida. Aunque, como se dijo, estaban acompañados por sus respectivos cónyuges, los dos matrimonios mostraban ya sendas grietas, más hondas cada día. La atracción fue inmediata entre el cineasta y la escritora. Y ella, para encauzar de entrada la relación que se insinuaba, le comentó a Torre Nilsson: "Lo felicito. En uno de mis viajes vi doblado al portugués su film El crimen de Oribe . Me encantó". Babsy no tenía noticias de esa versión portuguesa y al día siguiente reclamó a sus socios en la productora las planillas de recaudación en Portugal. Que no existían, porque tampoco existía ese doblaje. El filtro mágico ya había hecho efecto.

De allí siguió una colaboración profesional cada vez más estrecha entre ambos, cuya trayectoria ha resultado difícil de trazar para todos los que se han ocupado del tema (se recomienda especialmente El gran Babsy , biografía novelada de Torre Nilsson, escrita por Mónica Martin, Sudamericana, 1993), ya que deben basarse en los testimonios, a menudo contradictorios, desprolijos y cambiantes, de Beatriz.

La fusión estética de Torre Nilsson y Guido es tan estrecha, el intercambio entre letra e imagen es tan sutil, que ni el bisturí crítico más afilado conseguiría separar en qué consistía el aporte del uno y del otro. Lo concreto es que hubo un estilo. Los temas y la manera de encararlos llevan el sello inequívoco de la dupla Nilsson-Guido, la marca en el orillo. ¿Cómo calificarlos? Tal vez, de "gótico criollo". La atmósfera de la época

En 1957, la llamada Revolución Libertadora, que derrocó a Perón y procuró en vano borrar su nombre de la historia, se aprestaba ya a dejar el poder en manos civiles. Si bien la inflación había comenzado ya en 1947, la Argentina mantenía un alto nivel de vida respecto de sus vecinos sudamericanos, y se aprestaba, según el sentimiento general de la época, tras la opacidad cultural del período peronista, a un renacimiento de las artes, las letras y las ciencias. Se asistía a hechos inusitados: Jorge Luis Borges nombrado director de la Biblioteca Nacional, Jorge Romero Brest, del Museo Nacional de Bellas Artes; Juan José Castro, de la Sinfónica Nacional; Orestes Caviglia, del Cervantes. A Victoria Ocampo se le había ofrecido la embajada en la India, declinada por ella y finalmente asignada al filósofo Vicente Fatone. Lejana ya la mítica Edad de Oro (1935-45, cuando nuestros films dominaron prácticamente todo el mercado latinoamericano), el cine argentino enfrentaba, una vez más, una situación crítica, en tanto el mexicano lo reemplazaba en la preferencia del continente.

El centro de la cultura porteña en ese momento era el cruce de las calles Florida y Viamonte, donde coincidían los restos del prestigio mundano de la elegante Florida de antaño y las vanguardias del pensamiento y la disidencia intelectual. La época de las confiterías Jockey Club y Coto; de las librerías Letras, Galatea, Verbum y Concentra; de las galerías de arte concentradas en el área -desde la tradicional Witcomb, en Florida, hasta la avanzada Bonino, en Maipú-, donde Romero Brest impartía sus lecciones y sus sarcasmos en Ver y Estimar, entidad que funcionaba en la galería Van Riel, en cuyo fondo funcionaba un conocido teatro independiente, el Instituto de Arte Moderno. Los pintores se reunían en el bar Moderno, de Maipú y Paraguay, los escritores en el Coto. Sobre Viamonte al 400, la Facultad de Filosofía y Letras irradiaba las polémicas que culminaban con algún exabrupto de David Viñas, o con los apasionados razonamientos de Juan José Sebreli. Ambos colaboraban en Contorno , la revista literaria que polemizaba con Sur , instalada en Viamonte y San Martín, en el caserón que albergaba las discusiones -y las reconciliaciones- de su directora, Victoria Ocampo, con su jefe de redacción, Pepe Bianco. Enrique Pezzoni, Fryda Schultz de Mantovani, Borges, Bioy, Cortázar, Mujica Láinez, Alberto Greco, Héctor Bianciotti, Pettoruti, Batlle Planas, andaban por ahí, eran habitués del barrio. Se respiraba ya la atmósfera renovadora que pocos años después llevaría a la apertura del Instituto Di Tella.

Fue en ese ambiente que se estrenó La casa del ángel , producto de la insólita alianza entre un productor netamente comercial, Angel Mentasti, de Argentina Sono Film, y Babsy Torre Nilsson. Ocurrió que el novel director había acertado con dos éxitos de Sono: Para vestir santos (1955), vehículo del histrionismo de la gran Tita Merello, y Graciela (1956), versión de la novela Nada de la española Carmen Laforet, donde por primera vez aparece el rostro ligeramente alelado y sobriamente expresivo de Elsa Daniel, la actriz fetiche de Torre. Mentasti probó ser un productor con visión de futuro: "Veremos qué sale -parece que se dijo- si probamos hacer un film distinto con este muchacho tan raro". Y, asombrosamente, le dio carta blanca, de lo que no se arrepintió. El vuelo del ángel

Beatriz Guido ganó el primer concurso de novela de la prestigiosa editorial Emecé, en 1954, con La casa del ángel . Ella y su marido, Julio Gottheil, fueron invitados a festejar el fin del año 1953 en la antigua mansión de la familia Delcasse, en la esquina de Cuba y Sucre, en Belgrano. Un palacete afrancesado, hoy desaparecido, típica residencia de porteños de clase alta, de fines del siglo XIX. En la ochava, un nicho con la carcomida estatua de un ángel. Durante la comida se evocó el pasado de la casona, cuyo propietario, don Carlos Delcasse, ponía el jardín a disposición de los caballeros que pretendían lavar ofensas con sangre, batiéndose en duelo con el ofensor. Aunque los duelos estaban prohibidos en la Argentina, la posición social y el favor político de que gozaba el doctor Delcasse movía a las autoridades a mirar hacia otro lado. Esa noche se hizo un recuento algo fantasioso de la cantidad de muertos presuntamente retirados por la puerta trasera a lo largo de los años: doscientos y pico. Beatriz, fascinada desde niña por los relatos macabros de su madre , quedó deslumbrada. Cuando Emecé convocó al concurso, Gottheil la instó a presentarse con algo basado en la historia de la Casa del Angel, como se daba en llamarla en el barrio.

Sin duda, Beatriz sabía narrar, era capaz de atrapar al lector, de convencerlo. Emprendió la tarea, la culminó, envió La casa del ángel al concurso y se aprestó a poner en práctica los sabios consejos recibidos de sus padres: el talento no basta, la suerte también importa y hay que saber ayudarla; es necesario estar en el lugar adecuado en el momento adecuado, y decir las palabras adecuadas a la persona adecuada. Los jurados eran Ignacio Anzoátegui, Leopoldo Marechal, Julio Caillet Bois y Armando Braun Menéndez.

Beatriz nunca tuvo reparo en contar lo que había hecho, y lo reiteró en numerosos reportajes y notas: se esmeró en seducir a los jurados. Se convirtió en la enfermera cotidiana de un Marechal doliente, fue asiduamente a misa en la Merced porque le contaron que otro de los jueces iba allí a a diario. La tenacidad dio sus frutos: "A mí me premiaron por amiguismo -reconoció siempre, con picardía- y cuando fui jurado, premié también a mis amigos".

La casa del ángel fue la primera de las veinte películas firmadas por la pareja. Se filmó en 1956 y se estrenó en julio de 1957. La vieron un millón de espectadores y no es aventurado sostener que el film señala un cambio trascendental en el cine argentino. Acostumbrados a las comedias sentimentales con las inevitables "ingenuas" de voz aniñada y virginidad incólume, o a las evocaciones, también sentimentales, de una inocencia campesina o un pasado porteño ya anacrónicos, y a las trapisondas de cómicos directamente trasladados del circo al estudio (había excepciones, claro: Saslavsky, Zavalía, Schlieper, Demare, no muchos más), los espectadores locales descubrieron de pronto que también aquí se podía hacer un film que hablara de nuestros mitos sociales, de nuestros prejuicios y nuestros miedos, de las raíces de muchos antiguos males. Sin hipocresía, sin miedo, sin moralejas enfáticas, sin discursos paternalistas. La novela de la Guido venía de perillas para replantear toda una manera de "hacer" cine tan sólo para recreación del público; se daba, pues, la posibilidad de "crear" una forma de arte que nos representara como somos, que nos perteneciera de raíz, sin necesidad de fingir una filiación gauchesca incrustada en el pasado. Y de hacerlo con un lenguaje sobrio y creíble, con cuidado plástico y hasta con la audacia de confiar la música nada menos que a un vanguardista tan resistido, e ignorado por las masas, como Juan Carlos Paz.

Dicen que en el set, Torre Nilsson era la cortesía misma, que jamás alzaba la voz para corregir una falla o reprobar un olvido. Había en eso algo tal vez deliberado: demostrar siempre un dominio completo de la situación, hacer como que, pese al inconveniente, él lo salvaría con su plan predeterminado. No era así. Al menos, no del todo. En privado podía reconocer que a menudo no tenía idea de cómo abordar una toma y que se dejaba llevar por su intuición de artista, pero nunca se permitiría revelar esa debilidad a sus colaboradores. Una vez se le escapó, en un reportaje, el referirse con cierto desdén a los actores, considerándolos -en general- no mucho más que una simple rueda del complejo engranaje que es una película. Beatriz se agotó telefoneando a las redacciones para explicar que era un malentendido, que Babsy nunca había querido decir eso, que él adoraba a los actores. Lo cierto es que sus favoritos -que lo siguen idolatrando hasta hoy- fueron Alfredo Alcón y Leonardo Favio, convertido luego este último en un director notable. En cuanto a Elsa Daniel, su actriz fetiche, protagonista de Graciela , La casa del ángel , La caída y La mano en la trampa , por alguna razón la reemplazó en Fin de fiesta por Graciela Borges, a quien disfrazó, sin embargo, de la Daniel, tiñéndola de rubio y haciéndola aparecer con una expresión atónita y aniñada.

A primera vista, no hay relación entre la creación literaria de Torre Nilsson (lo más logrado, su recopilación de cuentos Entre sajones y el arrabal , una suerte de autorretrato, editado por Jorge Alvarez en 1967) y la de Beatriz Guido. Ella expresaba mejor que él, probablemente, la desencantada visión del mundo que curvaba la boca de Babsy en una mueca desdeñosa, o amarga.

El film que mejor refleja el mundo imaginario de ambos, el que mejor resume esa mezcla de espanto y absurdo, de rueda loca que trastorna "los mejores planes de los ratones y de los hombres", es, sin duda, El secuestrador (1958), que tanto escandalizó a crítica y público. En un suburbio desolado, mísero, un chancho puede comerse a un bebe, y una pareja adolescente hacer el amor en el catre vacío de una bóveda funeraria, alquilada por su cuidador para esos menesteres. No hay piedad para esas criaturas, porque no hay una divinidad que la imparta: dos chicos cometen un crimen y no sienten culpa, porque la ignoran y creen haber ejercido la única justicia que conocen, la del ojo por ojo.

En contraste con la empeñosa virginidad de las ingenuas típicas del cine argentino de los años 30 y 40, las protagonistas de Nilsson-Guido (Elsa Daniel, de preferencia) terminan desfloradas en medio de una verdadera hecatombe: no hay sexo explícito, por supuesto, ni falta que hace. En La casa del ángel , en La caída , en La mano en la trampa , en esos momentos se derrumban los armarios, ruedan las sillas, se rompen los floreros, suenan truenos o algo parecido a cañonazos. Tanta novedad no podía pasar sin ser resistida. Desde sus comienzos debió Nilsson luchar contra la censura, en todos los órdenes pero sobre todo, naturalmente, en el cine. Sufrió la persecución, hasta su último film, Piedra libre (1976), del gran inquisidor Miguel Paulino Tato.

La iluminación fuertemente expresionista, favorita de Nilsson, acentúa las sombras de los caserones dilapidados donde familias de abolengo declinan y ocultan, a la vez que la decadencia material y física, al opa de la familia, escondido en el desván o en el fondo del jardín convertido en matorral. La atmósfera recuerda la de los castillos medievales en ruinas, típica de la novela "gótica" inglesa, de la que los románticos alemanes heredarán la seducción por lo tétrico y funerario, y los ingleses mismos el gusto por la literatura de terror (el Frankenstein de Mary Shelley) y el género policial.

La literatura de Guido abunda en el ocaso de los linajes patricios, como una imagen invertida de su auténtica pasión por alternar con esa gente, por parecerse a ella, por pertenecer. Fingía no darse cuenta de que, a sus espaldas, esa alta burguesía se burlaba, considerándola una arribista, aunque divertida. Una vez, designaron a Mujica Láinez como jurado de los premios que el Instituto Nacional de Cinematografía otorgaba a la producción del año. Quien escribe estas líneas fue informado telefónicamente: "Esta mañana vinieron los Babsys, moviendo la cola... Me trajeron de regalo una fuente tan horrorosa, que únicamente Beatriz pudo haberla elegido".

Lo cierto es que Beatriz, sobre todo, y Babsy también, eran de una generosidad notable. Regalaban a sus amigos con esplendor oriental, y no sólo fuentes horrorosas, sino objetos auténticamente valiosos, y bellos. Sin embargo, vivían al día, agobiados por deudas que no les impedían tener gustos principescos y satisfacerlos. Ganaron fortunas con El santo de la espada , con Martín Fierro , y él las tiró bajo las patas de los caballos, en el hipódromo. El lugar del fantasma

La muerte de Nilsson, el 8 de septiembre de 1978, tras una enfermedad atroz que lo destruyó entre terribles sufrimientos, marcó también el fin de la vida de Beatriz. Olvidó su belleza, abandonó la coquetería, se vistió definitivamente de negro y engordó en exceso. Llegó a escribir y publicar, sin embargo, una última novela, La invitación (Losada, 1979), que se vendió bien y fue filmada por Manuel Antín. Con la llegada de la democracia, el gobierno de Alfonsín la designó agregada cultural a la embajada en España. Hacia allá partió, y murió repentinamente en su casa de Madrid, donde albergaba con su acostumbrada generosidad a cuanto amigo se le presentaba, el 29 de febrero de 1988. Pocos días antes, yo la había encontrado en París, invitados ambos -junto con Mempo Giardinelli y Pedro Orgambide- para el ciclo "Les belles étrangéres". Durante un almuerzo en el Quai d´Orsay (al que también asistió Héctor Bianciotti), el diplomático francés ubicado frente a mí, al advertir el sitio vacío a mi flanco, me preguntó: "¿Y quién es el fantasma?". Me incliné sobre el plato de al lado y leí la tarjeta: "Beatriz Guido". .

view all

Leopoldo Torre Nilsson's Timeline

1924
May 5, 1924
Buenos Aires, Argentina
1978
September 8, 1978
Age 54
Buenos Aires, Argentina